Una Infancia Bajo el Sol de España
Nací en un pequeño pueblo de Andalucía, donde el sol parece besar la tierra con una intensidad que solo se siente en el sur de España. Las calles empedradas de mi infancia estaban llenas de vida: el aroma de las naranjas frescas, el sonido de las guitarras flamencas que se escapaban de las ventanas abiertas y las risas de los niños jugando hasta que el crepúsculo pintaba el cielo de tonos dorados. Mi familia no era rica, pero tampoco nos faltaba lo esencial. Mi padre trabajaba como agricultor, cuidando olivares que se extendían como un mar verde hacia el horizonte, mientras mi madre tejía historias y mantas con la misma destreza.
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Desde pequeño, fui un soñador. Me encantaba imaginar mundos donde era un caballero medieval, un explorador en tierras lejanas o incluso un inventor de máquinas fantásticas. Pero en mi pueblo, las oportunidades para soñar más allá de lo cotidiano eran escasas. La tecnología no era algo que abundara; la única computadora en la escuela era un trasto viejo que apenas funcionaba. Sin embargo, esas limitaciones encendieron en mí una curiosidad insaciable.
El Descubrimiento de un Mundo Digital
Cuando tenía doce años, mi primo mayor, que vivía en Málaga, vino de visita con una sorpresa: un ordenador portátil. Para mí, era como un portal a otra dimensión. Él me mostró un sitio web donde se podía jugar en línea, una plataforma llena de colores y sonidos que me atrapó al instante. Aunque la conexión a internet en el pueblo era lenta y a veces se cortaba, cada partida era una aventura. Fue mi primera experiencia con el mundo digital, y supe que quería explorar más allá de los olivares.
Años después, cuando mi familia se mudó a Sevilla buscando mejores oportunidades, mi vida dio un giro. La ciudad era un torbellino de modernidad comparada con mi pueblo. En la escuela secundaria, tuve acceso a clases de informática y, por primera vez, a una conexión estable a internet. Fue entonces cuando descubrí plataformas como Playgama, que ofrecían juegos gratuitos desde cualquier lugar de España. No necesitaba gastar dinero, algo importante para una familia como la nuestra. Cada juego era una puerta hacia un nuevo universo: desde carreras vertiginosas hasta rompecabezas que desafiaban mi mente.
Sevilla: Un Puente Entre lo Antiguo y lo Nuevo
Vivir en Sevilla era como habitar dos mundos al mismo tiempo. Por un lado, estaba la majestuosidad de la Giralda, los patios llenos de azulejos y el eco del flamenco en las noches de verano. Por otro, había una ciudad vibrante, conectada, donde la tecnología empezaba a transformar la vida cotidiana. En mi tiempo libre, me sumergía en Playgama desde un cibercafé cerca de la Plaza de España. Allí, no solo jugaba, sino que también aprendía. Los juegos de estrategia me enseñaron a planificar; los de aventura, a perseverar ante los obstáculos.
Fue en esos años cuando comencé a interesarme por la programación. Los juegos no solo eran entretenimiento; eran una obra de arte digital, una combinación de código, diseño y narrativa. Quería entender cómo se creaban. Empecé a estudiar por mi cuenta, buscando tutoriales en línea y uniéndome a foros donde otros jóvenes de España compartían sus conocimientos. Aunque el camino no fue fácil —mi familia no entendía del todo mi fascinación por las pantallas—, cada pequeño logro, como crear un juego sencillo, me llenaba de orgullo.
Los Desafíos de Seguir un Sueño
No todo fue un camino de rosas. Cuando terminé la secundaria, la presión de elegir una carrera “práctica” era enorme. En España, como en muchos lugares, los sueños creativos a menudo se ven eclipsados por la necesidad de estabilidad. Mis padres querían que estudiara algo relacionado con la agricultura o la ingeniería civil, pero mi corazón estaba en otro lado. Decidí inscribirme en un curso de desarrollo de videojuegos en una academia en Madrid, lo que significó dejar Sevilla y enfrentarme a la incertidumbre de la gran ciudad.
Madrid era abrumadora, pero también inspiradora. Allí conocí a personas de toda España, cada una con sus propias historias y sueños. Trabajaba a media jornada en una cafetería para pagar mis estudios, y en las noches, seguía jugando en plataformas como Playgama para desconectar. Esos momentos de juego no solo eran un escape, sino un recordatorio de por qué había elegido este camino. Cada partida me conectaba con la emoción de mi infancia, con ese niño que soñaba bajo el sol andaluz.
Un Futuro Conectado
Hoy, con casi treinta años, puedo decir que estoy construyendo el futuro que imaginé. Trabajo como desarrollador junior en una pequeña empresa de videojuegos en Barcelona, una ciudad que combina el arte, la innovación y el mar de una manera que me hace sentir en casa. Aunque mi trabajo es exigente, nunca he perdido mi amor por jugar. Todavía entro a Playgama desde España cuando quiero relajarme, y cada vez que lo hago, siento una conexión con mi pasado.
Mi historia no es extraordinaria, pero es mía. Es la historia de un chico de un pueblo pequeño que encontró en los juegos en línea una forma de soñar, aprender y crecer. España, con su mezcla de tradición y modernidad, ha sido el escenario perfecto para este viaje. Desde los olivares de Andalucía hasta las calles vibrantes de Barcelona, cada paso me ha enseñado que los sueños, como los buenos juegos, requieren paciencia, estrategia y un poco de valentía.
Mirando Hacia Adelante
A veces pienso en ese niño que jugaba en las calles polvorientas de su pueblo, sin imaginar que un día estaría creando mundos digitales para otros. Me gusta creer que, en algún lugar de España, hay otro niño o niña descubriendo Playgama, riendo frente a una pantalla y soñando con lo que podría ser. Para ellos, y para mí, los juegos son más que entretenimiento: son una chispa, un comienzo, una manera de conectar con el mundo y con nosotros mismos.